viernes, 3 de julio de 2009

El nacimiento



En el blog nadamaspersonal hay un post muy bueno del nacimiento de racing.




Cuando se trata de buscar el origen de Racing Club, la piedra fundamental se encontrará en nombres que nada tienen que ver con el que dio la vuelta al mundo desparramando su gloria deportiva e institucional. Y, como entidad centenaria, los comienzos coinciden con las primeras tentativas locales de formar equipos organizados como clubes. Muchas de estas iniciativas contenían apellidos ingleses que impulsaban un deporte, el fútbol, que los sajones habían traído desde su tierra en tiempos en los que los ferrocarriles eran manejados justamente por los británicos, quienes aprovechaban el tiempo de dispersión para armar equipos de once futbolistas y así poder liberar la energía de correr detrás de una pelota en busca del gol. Eran los famosos “ingleses locos” La zona en la que se dieron los primeros pasos que desembocarían, luego, en el nacimiento de Racing Club, era la misma que hoy recorren los miles de hinchas que cada vez que hay partido en el Cilindro suman su fervor para alentar a la Academia. En esa época todavía no era Avellaneda, sino que el territorio lindante con el Riachuelo se conocía como Barracas al Sur. A la vez que el siglo diecinueve comenzaba a despedirse, lo que hoy se conoce como el Gran Buenos Aires daba sus primeros pasos entre calles de tierra y chimeneas que exhalaban el humo de una zona que de a poco se transformaría un motor industrial fundamental. Volviendo al fútbol, llegó un momento en el que los criollos se cansaron de ser meros espectadores de los ingleses. Querían aprender a dominar la pelota. Y se entusiasmaron. Por eso, un grupo de empleados del Ferrocarril Sud le solicitó a las autoridades la cesión de unos terrenos para jugar allí al fútbol en los descansos. La respuesta afirmativa abrió el camino para demarcar la cancha y comenzar con los primeros desafíos, preferentemente ante equipos con mejores valores (generalmente ingleses), con el fin de enriquecerse a partir de estos enfrentamientos. El talento argentino, y particularmente racinguista, estaba ahí, sólo había que despertarlo. Los nuevos cultores del fútbol no tardaron en perfeccionarse. Transcurría el año 1898 y entonces, los empleados que se juntaban para disputar esos cotejos amistosos decidieron agruparse formalmente en un club de fútbol, que se llamó Argentinos Excelsior Club, cuya existencia fue de tres años. Al principio, el equipo fue una sensación; con el paso del tiempo, el nivel bajó y, en 1901, su disolución le dio paso a la creación de otras tres entidades: Sud América Fútbol Club de Barracas al Sur, American Club y Argentinos Unidos. Poco tardaron los pobladores de la zona, asiduos concurrentes a los partidos, en darse cuenta de que había un equipo que se destacaba sobre el resto: Barracas al Sud. La habilidad de sus jugadores cautivó a los hinchas, que se volcaron decididamente en su favor.

Barracas al Sud se transformó en un club organizado a partir del 12 de mayo de 1901, luego de un par de reuniones en las casas de Ricardo y Emilio Barceló y de Félix Cirio, en las que se designó a Pedro S. Werner como presidente, a Alfredo Lamour como secretario y a Salvador Sorhondo como tesorero. Otros nombres que motorizaban la idea de hacer un club ambicioso eran Arturo y Zenón Artola, Germán Vidaillac, Leandro Boloque, Raimundo Lamour (hermano de Alfredo), Fracisco Balestrieri, José Guimil, Pedro Viazzi, Ignacio Oyarzábal, Salvador Sorhondo, Julio Planisi, Evaristo y Alfredo Paz, Enrique Pujade, Elías Calmels, Bernardo Etcheverry, Ricardo y Ernesto Martín, Juan Sepich y José Paz.

En estos tiempos, la cocina de la casa de los hermanos Lamour cumplió funciones de sede y allí, luego de las 21, quedaba el terreno libre de todo vestigio culinario para darle paso a las decisiones sobre el futuro de la institución. Si bien el poderío futbolístico suponía la llegada de tiempos de gloria, las desavenencias entre algunos integrantes del incipiente grupo (entre otras cuestiones un tanto banales, por los colores de la camiseta: unos pretendían que fuera a bastones negros y amarillos y otros roja) provocaron una pronta ruptura y la creación, el 16 de marzo de 1902, de Colorados Unidos, cuyo titular fue Arturo Artola, con Evaristo Paz como secretario y Alfredo Guzmán como tesorero. Este nuevo club se llevó aproximadamente unos cuarenta socios, prácticamente obligando a Barracas al Sud a una reconstrucción. Lo que aportó la escisión fue poco, pero contundente: por separado era imposible construir alguna entidad con fuerza. De hecho, Colorados Unidos resultó un equipo sin mayor trascendencia, a la vez que Barracas al Sud perdió las virtudes que lo llevaron a ser “el equipo de la gente”. Una curiosidad: hubo dos personas que se mantuvieron, durante el año que duró la separación, como socios de ambos clubes. Se trata de Germán Vidaillac e Ignacio Oyarzábal, quienes fueron, en definitiva, los que propiciaron el reencuentro entre los exponentes más representativos de Barracas y Colorados.

Werner y Artola tuvieron varias reuniones antes de que se produjera la más importante. Cuando caía la tarde del 25 de marzo de 1903, ambos bandos a pleno se convocaron a un encuentro definitivo. Juan Ohaco, padre de los dos jugadores que luego serían figuras de Racing durante los años del amateurismo, fue quien autorizó que la reunión se realizara en el Mercado de Hacienda, un emblema de la zona, bajo los cuatro ombúes del sector llamado La Tablada. Llegaron a la conclusión de que, como dos clubes chicos, no había futuro; en cambio, una institución grande sí tenía porvenir. Y, por unanimidad, se resolvió volver a ser una sola fuerza deportiva. La obra, sin embargo, no estaba completa. Todos coincidían en que no repetirían nombres del pasado.

Tenían que encontrar alguno que fuera distintivo. Las propuestas fueron muchas y variadas, pero la que impactó fue la de Germán Vidaillac, joven de ascendencia francesa, quien solía leer publicaciones de origen galo. Justamente, Vidaillac echó mano a una revista cuyo nombre era Racing Club. Y puso esa denominación a consideración del resto. La unanimidad volvió a decir presente y así llegó el momento histórico: el nacimiento de RACING CLUB. Inicialmente, Colorados Unidos aportó 34 socios y un capital de $ 19,65, mientras que lo de Barracas al Sud fue un tanto más modesto: 11 socios y $ 16,35. Se estableció también que la cuota mensual sería de 1,50 para los integrantes de la comisión directiva y de 0,50 para el resto. La numeración de los asociados se hizo por un sorteo que determinó el siguiente orden: 1) Alejandro Carbone, 2) Raimundo Lamour, 3) Ignacio Oyarzábal, 4) Pedro Viazzi, 5) José Guimil, 6) Leandro Boloque, 7) Julio Planisi, 8) Pedro Werner, 9) Juan Sepich, 10) Alfredo Lamour, 11) Arturo Artola, 12) Germán Vidaillac, 13) Alfredo Paz, 14) Bernardo Etcheverry, 15) Evaristo Paz, 16) Francisco Balestrieri, 17) Enrique Pujade, 18) Elías Calmels, 19) José Paz, y 20) Salvador Sorhondo, por mencionar los primeros. Se trataba de jóvenes que no superaban los 20 años en su mayoría y con una característica inusual para la época: eran todos criollos. La efervescencia y, quizás, algo de improvisación, hicieron que los primeros pasos de Racing no quedaran registrados. El primer documento de una reunión dirigencial contiene el siguiente texto: “A los siete días del mes de febrero de mil novecientos cuatro y siendo las 3.30 pasado meridiano, se reúnen los miembros de la comisión directiva de fútbol del Racing Club y se inicia la consideración de la orden del día. En primer término se da lectura a los reglamentos que presenta el señor Alejandro Carbone y que ha redactado él mismo”. Aquella sesión se levantó a las 17.20, luego de ratificar la necesidad de que los socios se mantuvieran al día en el pago de las cuotas y de designar a Francisco Balestrieri como encargado de las cobranzas. Vale mencionar que, sobre todo en estos primeros tiempos, difíciles por cierto en cuanto a lo económico, el único ingreso con el que la entidad hacía frente a las necesidades era el que provenía del pago de las cuotas sociales.

Además, por ese entonces, Racing también buscaba un local propio para realizar las reuniones de la comisión directiva y resolver todas las cuestiones vinculadas al diario vivir del club. De eso se encargó Pedro Werner, el segundo presidente que tuvo la institución. No fue fácil la tarea, sobre todo por la mencionada cuestión de la escasez monetaria, pero Werner era un hombre que no sólo no se dejaba vencer, sino que también tenía un don especial para el convencimiento. Mientras tanto, cualquier lugar venía bien para tomar las decisiones necesarias. Incluso, la sala de espera de la estación Barracas Iglesias, hasta que el jefe de la misma, Niceto Barrios, se cansó del bullicio, de las conversaciones acaloradas y los tonos elevados, y los echó. Además, y esto pesó en la decisión de Barrios, algunos usuarios, aprovechando la volada, se colaban, situación que no estaba dispuesto a tolerar. El refugio, entonces, fue un cuarto del fondo de la tienda de Molinelli (quedaba en Mitre al 500), un conspicuo seguidor de Racing que cerraba el local cada vez que había reunión de la comisión directiva. Pero, finalmente, el perseverante Werner logró su cometido y consiguió, a los pocos meses, un antiguo almacén de la calle Montes de Oca 20, que tenía un recinto de seis metros cuadrados y una salita de tres por tres. Empezaba a cobrar vida el sueño de ser grande.



FUENTE: racingclub y nada mas personal

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